Una mujer me pidió bailar. No se me ocurrió otra gracia que decirle que era sordo de un pie. Tal vez fuesen los años de rechazos en las verbenas o el miedo irracional a no hacerlo lo bien que se esperase... pero le dije que no.
Tiempo después, le invité yo a balancearnos juntos ya que era lo más que podía ofrecer. Y basculamos canción tras canción hasta sólo sentirnos mecidos por el mar, arrullados por sus olas, mucho más allá de la música...
Hoy es el día en que, cual marinero en tierra, aún yendo solo, no ajusto bien los pasos al suelo.