El sólo la miraba.
Con la sonrisa limpia.
Con los ojos perdidos,
como no queriendo entornarlos
por si no fuera real.
La miraba como si fuera magia.
Ella se lo reprochaba.
Se revolvía incómoda
como temiendo haber mostrado
algún secreto inconfesable.
O todos.
Como si fuera transparente.
La ternura de la mirada,
la inocencia de la sonrisa,
hacían de aquella situación
deseada y odiada;
reconfortante e inquietante...