domingo, 3 de febrero de 2013

La puerta

Cuando abrió la puerta la vio. Allí estaba recostada contra el marco de la puerta, con la cabeza levemente inclinada, el pelo le cubría medio rostro y una espléndida sonrisa iluminaba el resto. Se fijó en sus ojos, negros zafiros, brillantes como faros, atractivos como imanes. Su boca entreabierta enmarcada por aquellos labios carnosos… visión del abismo. Cuando abrió la puerta el mundo se paró. No hubo más rotación; ni traslación. No hubo nadie a su alrededor. La humanidad no estaba: los había abandonado. Nadie para ver, nadie para opinar. Solo ellos, la puerta entreabierta, el marco de madera limitando el espacio y un abismo entre sus ojos, entre sus bocas… una distancia salpicada de sentimientos encontrados, de añoranzas malogradas, de esperas valdías… - Entra – dijo, y se apartó cediendo el sitio. Mucho tiempo se arrepintió de no haberse inclinado suavemente sobre ella, tocarle el cabello sobre la cara, retirarlo despacio, dejarse embriagar por la frecura de aquellos labios, dejarse cegar por la incandescencia de aquellos ojos… dejarse fundir por el calor contenido en aquel cuerpo.

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